Una tarde a principios de octubre un amigo del IMIDA nos llevo a unos pocos compañeros, también del trabajo, a una finca en Bullas cerca del Chaparral, donde un conocido suyo tienen un coto de caza mayor y hay muflones y ciervos. Era la época de la berrea y nos apetecía presenciarla en vivo y, si era posible, conseguir unas fotografías de los ciervos, lo cual estaría muy bien; de un macho berreando, mejor; y si era de un macho montando a una hembra, pues mucho, mucho mejor ¡Homérico!
INCISO: El tema musical seleccionado para este artículo es un canto al macho cabrío (o macho montes, o cabrón) y sus amoríos que, con mucho arte y maestría, hace el Cabrero por bulerías, acompañado con la guitarra de Paco del Gastor. Vídeo subido a YouTube por el Cabrero que tiene su propio canal para mostrarse libremente al mundo.
Como saben la berrea es la época de celo del ciervo rojo (o ciervo europeo, o venado), que comienza a principios del otoño, por lo general a finales de septiembre. Durante esta época los machos pasan todo el día luchando entre ellos con su nueva cornamenta y, los ganadores en la confrontación, también copulando; tanto trajín les conduce a una pérdida importante de peso. El berreo, ese sonido gutural característico, es un signo de superioridad y capacidad demostrada para aparearse y perpetuar la especie.
Durante la puesta de sol es el momento más apropiado para observarlos, al menos aquí en este coto, como nos indicó el encargado de la finca -un señor muy amable-. En este momento del día es cuando los animales bajan del monte al comedero que está junto a un arroyo. En este lugar durante los meses de verano, y debido a que el pasto escasea, se pone paja de cereales y otros vegetales para que se alimenten.
Es un paraje muy bonito: Se trata de un pequeño valle, el terreno esta formado por margas con una cubierta vegetal de matorral disperso y de tonos pálidos -como corresponde a la época tras el calor y la sequía estival-, que contrasta con la vegetación verde y frondosa de carrizos, taráis y adelfas que se desarrolla junto al arroyo, y que no va mucho más allá. En unas de las laderas está el observatorio, concrétamente en la vertiente sur, y allí estuvimos nosotros, los observadores. Pero a esa hora en ese paraje angosto, con el sol muy bajo y el cielo con nubes, la luz era escasa, lo cual fue un inconveniente para hacer las tan deseadas fotografías. Pero, “no hay mal que por bien no venga”, disfrutamos de una hermosa y singular puesta de sol en la que las nubes lucieron como ascuas; todo un espectáculo no previsto.
Cuando llegamos al observatorio ya había un grupo de venados formado por dos cervatillos, tres hembras y un macho, que estaban comiendo tranquilamente. El par de cervatillos debían ser el resultado de la berrea del año anterior y habrían nacido en marzo o abril; el periodo de gestación es de unos 7 meses. El macho estaba comiendo con avidez por lo que presumíblemente era un macho fuera de la competición, en cuanto que, al parecer, durante la berrea los machos en pugna reproductora no se alimentan, se sostienen con las reservas acumuladas. Nuestro macho desde luego no hizo ningún amago para mostrar su aptitud para el apareamiento.
Durante un corto tiempo los pudimos observar e, incluso, hacer algunas fotografías pero eso sí, con valores ISO treméndamente altos, de tal manera que las imágenes, en el mejor de los casos, resultaron con ruido digital (efecto similar en apariencia al grano de las películas fotográficas). Pronto se alejaron un poco y se desplazaron a nuestra derecha, justo detrás de un taray. El taray era precioso, de gran porte y frondoso, pero estaba situado entre nosotros y los ciervos; no pudimos evitar desearle que hubiera sido chaparro y desabrido.
En alguna ocasión pudimos ver al macho y alguna hembra, pero el tiempo pasaba y de berrea nada. Ya cuando se oculto el sol y no se veía una “leche”, oímos -entre el susurro del riachuelo, el canto animado de los grillos y el puñetero zumbido de los mosquitos- unos berridos insistentes pero que parecían venir más bien de la ladera opuesta ¡Homérico!
La expedición ciertamente no fue lo espectacular que podría haber sido, pero estuvo muy bien: Escuchamos la berrea, una manifestación cantada de la selección natural; contemplamos una puesta de sol en la que el cielo prendió en ascuas; y vimos, y pudimos obtener alguna fotografía de algunos ejemplares, de esa especie rojiza que torna a gris durante el invierno y, cuyo macho, pierde y renueva cada año su singular cornamenta. Y, para culminar la jornada, cenamos en el Chaparral, donde nos dimos un homenaje humilde pero muy digno y, sobre todo, en muy buena compañía.
Semblanza al macho montés. El Cabrero.
«El eco viril de la montaña
repite complacío
el estampío sensual de tu garganta
bronco y enfrebrecido
Las hembras se inquietan
al oír tu voz, macho cabrío,
y el aire de la noche se perfuma
con tu aroma encendío
Nada, no puede nada
el rigor de la sierra
contra tu poderío
En primavera, renaces en mil senos
igual que el río
Como el arroyo, naces en lo más alto
te crías en lo arisco
pero él irremediablemente busca el llano
y tú buscas los riscos
Quién sabe de querencia más que tú
Quizás el río
que desde el nacimiento ya presiente
el fin de su albedrío
Te dice el río
quédate ahí en la altura
macho cabrío.»
Saludos flamencos y a berrear,
4 ideas sobre “La berrea del ciervo rojo, una puesta de sol y el Cabrero por bulerías cantando al macho cabrío.”
Hoy conozco sobre estos preciosos animales, tanto sobre tu descendencia como sus costumbres, y todo gracias a tus fotografías y descripciones, gracias amigo Benjamín,,,saludos.
Así se los ponían a Felipe II. Y a Franco. Y a Juan Carlos I. Menos mal que tu escopeta es de otro cantar, nunca mejor dicho. Saludos
Muy buen artículo sobre este animalito que no conocía.
Gracias Beñi por compartir un poco de conocimiento muy bien ilustrado.
Muy amables, gracias a los tres por los comentarios y, también, a mi escopeta republicana.